EL TALLER

  ACERCA DE LA ENSEÑANZA DEL ARTE

Por paradójico que parezca, un taller de arte no forma artistas. Esa instancia en la cual un pintor funda un universo visual que se presenta especularmente a sí mismo, es una tarea solitaria y a veces ardua.

El taller sí, puede señalar posibles rutas por ese brumoso territorio no cartografiado. Pero en definitiva el tránsito es personal y solitario, pues no se puede enseñar a una persona lo que ella no sabe de sí misma.

En un texto publicado en la revista Humboldt en el año 1961, el pintor catalán Antoni Tapies cuestiona el papel formativo de las escuelas de arte. En dicho texto Tapies plantea la ineficacia de la docencia ante al hecho de enseñar lo que no se conoce y explicita este concepto de una forma tan irónica como certera: “Imagino a Newton yendo a una escuela en cuyo portal se anunciara, aquí se enseña a descubrir la ley de la gravitación universal”.

Si el camino para la fundación de un universo visual personal está plagado de dudas y angustias, no es menos complejo el camino a transitar para la formación del oficio de pintar. El mero dominio de los elementos técnicos desanima a los ansiosos e imposibilita otras instancias formativas.

El dominio de la técnica, entendiendo a ésta como el correcto manejo de herramientas y materiales con los cuales cuenta el pintor para la materialización de la imagen, es un proceso que exige tiempo, dedicación y cierta destreza.

A pesar de lo complejo, tal vez tedioso y extenso de esta etapa formativa, la misma ocupa en la formación de un pintor un espacio ínfimo, siendo fundamental la comprensión del lenguaje inherente al dibujo y la pintura, que en forma similar al habla se adquiere con la misma naturalidad e inconsciencia.

El resto del camino es solitario y el taller no puede siquiera vislumbrarlo.

Aún así, el oficio es necesario.